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GANADORES DEL 1ER CERTAMEN LITERARIO
JOSÉ LUIS ROSARIO FRED

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Nuestros ganadores

Durante este año, 2023, Malatinta by Natalie llevó a cabo la primera edición del Certamen Literario José Luis Rosario Fred; en la cual escritores puertorriqueños pudieron someter sus participaciones bajo las categorías Poesía, Cuento y Ensayo. Ha sido para nosotros un honor recibir la confianza de todos nuestros participantes. Entendemos que cada participación fue de gran importancia para el certamen y por ello nos propusimos homenajearlos en la ceremonia de premiación, que tuvo lugar el 3 de septiembre del 2023, en Casa Norberto. De igual manera, fue sumamente importante el apoyo de nuestros auspiciadores, quienes patrocinaron no solo los premios, sino que aportaron grandemente en la realización de todo el proyecto. Por ello, agradecemos a Tazas y Portadas, Portadas PR, Publicaciones LOLA, Ediciones Borra de Café, Dulces Antojitos y Chroma Computers. Ahora, sin más preámbulo les presentamos a los ganadores de esta edición. 

CATEGORÍA DE CUENTO

Maldito miedo

Xiomara Rosado

(1er lugar)

 

''La mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malicia de la naturaleza,

porque somos engendrados para un tiempo escaso, porque estos espacios de tiempo que nos da discurren tan velozmente,

tan rápidamente, que, salvo muy pocos, a los demás la vida les deja plantados en los propios preparativos de su vida''.

—Séneca  

 

Todo estaba oscuro. El cuerpo lívido yace colgado del armario atado a una sábana desbaratada; tiene la lengua morada fuera de su boca, mientras las largas piernas tocan el suelo. La madre lo abraza entre gritos, tratando de bajarlo sin poder creer que su hijo ya no esté en este mundo.

—¡No puede ser! ¡No! ¡Alguien que me ayude! ¡Por favor, alguien que me ayude!

 

Román abre los ojos. Había sido una pesadilla. La peor pesadilla.

Al despertar, no puede evitar analizar su vida. Llevaba más de un mes que no veía a su hijo. Su exesposa no se lo permitía porque aún le debía el pago de la pensión alimentaria. A causa del COVID-19, el hombre había perdido su empleo. Era constructor y construir no era una prioridad en momentos de pandemia. La prioridad era encerrarse y sobrevivir. Sus cuentas estaban atrasadas, y no había manera de reponerse de la precariedad. Incluso, se había visto forzado a regresar a vivir a casa de su madre, ya que no contaba con sustento alguno para mantener su techo. Faltaban dos semanas para que llegaran los cupones de alimentos, que les permitirían comprar lo esencial y, en ese momento, solo contaban con comida para dos días. Las raciones escaseaban a pesar de su esfuerzo por comer una vez diaria, para extenderlas todo lo posible. Urgía tomar una decisión.

Se estaba volviendo loco. Todas las noches eran de pesadillas. Pasaba las horas muertas extrañando y recordando a Luisito, su hijo, cuando decía que era un superhéroe que salvaba a la gente en su bicicleta amarilla. Era un niño invencible.

Entre pensamientos, Román vio, otra vez, la llegada de la oscuridad.

 

El cuerpo del hombre seguía colgado y comenzaba a descomponerse. El hedor se extendía a seis metros de la casucha de doña Nilda. A sus pies, se leía una carta de despedida que decía:

No puedo más. Necesito decir solo verdades, verdades que me atraviesan el alma como un puñal. Necesito dejar de fingir. El maldito miedo se apoderó de mí. No soportaré otro año igual. Te dejo y sé que te va a doler, pero no puedo más. Necesito apagar mi mente. Quiero descansar ya. No me juzgues.

Te amo, mamá.

Pasaban los días y nadie se acercaba. Todos tenían miedo. La gente se había deshumanizado a causa del miedo. Maldito miedo.  

 

Una vez más, Román despierta abruptamente. Otro día más en el que su nueva amiga, la ansiedad, le carcome la existencia. Las horas le pasan en vano hasta que vuelve a llegar la noche. Román cierra los ojos rindiéndose ante la tempestad de la nueva realidad nocturna. El miedo y la ansiedad se habían convertido en sus nuevos colegas a la hora del descanso, mientras Román regresa una y otra vez al mismo lugar. Esta vez, ve la imagen de Nilda gritándole a su cadáver, mientras especulaba el porqué de aquella abrupta acción del hijo. Seguía sin ayuda. Todos miraban desde sus balcones mientras la madre se ahogaba en preguntas. ¿Por qué su hijo tomó aquella decisión si él solamente se había ido a tomar una siesta? Nilda fue a llamarlo para que comiera sin saber que se toparía con la escena. La peor pesadilla de cualquier madre.

—¡Despierta!

Román abre los ojos y ve el rostro de su madre. Aquello no había sido más que otro reflejo de los miedos irracionales.

—¿No vas a comer?

—Tranquila, ma. Yo como más tarde. Esto de la pandemia me ha quitado hasta el apetito. La ansiedad me está matando.  

—No sobrepienses, mijo, que no sabemos cuántos días más va a durar esto. Hay que ser agradecido. Piensa en lo que te queda hoy y no en lo que has perdido… ni en mañana, que no sabemos si el coronavirus nos tumba.

—Por eso mismo, ma. Oye… De verdad, gracias por siempre estar ahí conmigo. Gracias por tu apoyo incondicional y por estar al pendiente de este viejo que tienes por hijo. No sé qué me haría sin ti viejita, pero por ahora no quiero comer. Me voy a echar una siestita otro rato. Me levantas más tarde.  

Luego de tres horas, Nilda fue a despertarlo. Solo era una siesta. Solo era un momento para descansar la mente. Solo era…  

—Ven a comer muchacho que, si no te mata el coronavirus ese, te me mueres de hambre.

 

Román abre los ojos llorando con desespero.

—¡Me estoy volviendo loco! ¡Este encierro me tiene desquiciado!

Nilda lo abraza en silencio, sin saber que aquel era el último abrazo que le daría a su hijo, a Romancito, tan grande y tan pequeño ante su corazón de madre.

Al día siguiente, Román no responde a las llamadas de su madre. Nilda lo llama continuamente mientras entra a su cuarto, pero se encuentra con el cuerpo lívido que yace colgado del armario atado a una sábana desbaratada; tiene la lengua morada fuera de su boca, mientras las largas piernas tocan el suelo. La madre lo abraza entre gritos, tratando de bajarlo sin poder creer que su hijo ya no esté en este mundo.

El príncipe maldito

Adrian L. Rosario Bonet

(2do lugar)

 

Las sombras lo cubrían diariamente. No era algo voluntario, sino un efecto natural que causaba a su alrededor. Había olvidado cuánto tiempo pasó desde que comenzó a ocultarse de esa manera. ¿Tal vez desde que era un niño? Llevaba siglos ocultándose, o al menos, eso le parecía. Quizás, sin darse cuenta, se había solapado cada vez más hasta terminar en su situación actual. Aunque eso le importaba poco y como a sus padres nunca pareció preocuparles, él no veía razones para prestarle atención al detalle.

Admiró su reflejo en el lago. Su cabello de tonos azules y morados se tornaba gris con la oscuridad que desprendían; como sus ojos, los cuales palidecían de un verde intenso a uno reminiscente, igual al césped seco que sus caballos comían. Su sombra no parecía permanecer en el suelo, pues se pegaba a su piel, a sus atuendos y a su mente oscureciéndolo todo; arruinando su ser por completo y dejando una cáscara sin color en su lugar. Dio un suspiro cuando pateó el agua frente a él y fue entonces cuando lo escuchó. Pasos detrás de él, que surgían de entre los árboles.

Desde los troncos y arbustos, una figura de largos cuernos se hizo presente. Era una criatura humanoide, de piel ámbar con extrañas marcas oscuras a su alrededor. Sus ojos eran de un blanco azulado que parecían mirarlo con intensidad mientras se acercaba con decisión hacia él. Su torso expuesto dejaba ver sus marcas, que asemejaban diseños arcanos que recorrían su cuerpo completo. Las ramas de los árboles, las raíces e incluso la hierba a su alrededor parecía hacerse a un lado para brindar paso a la nueva entidad. Era una personificación de la naturaleza, un hombre tanto imponente como posiblemente peligroso. Debía ser un espíritu ambulante o, tal vez, un merodeador del bosque.

Las rodillas del príncipe amenazaron con fallar, su respiración se volvió pesada y casi podía jurar que escuchaba su propio corazón en los oídos. No pensaba que la presencia de un espíritu lo afectara de esa manera. Su padre y madre le habían contado las más terribles historias sobre espíritus deambulantes y los peligros que suponía encontrarse con ellos, pero a pesar de su reacción física, el príncipe no tenía miedo, aunque sí parecía estar nervioso. Nervioso porque nunca había visto un espíritu. Nervioso porque estaba solo en esa situación. Nervioso porque la guardia real estaba cerca y no quería ser descubierto ni interrumpido.

Dio un paso hacia el frente con timidez y con el espíritu aun mirándolo fijamente, mientras se acercaba con calma. El joven príncipe levantó la mano cuando estuvo lo suficientemente cerca como para saludarlo y, antes de que pudiera decir algo, el espíritu lo tocó. Sintió como si sostuviera un rayo de sol en su mano, cálido y tranquilo. Fue entonces cuando notó sus sombras. Por primera vez en su vida desde hacía tanto, la mano del príncipe se veía completamente natural, colorida y viva. El joven dio un pequeño salto hacia atrás por la sorpresa, soltando un leve grito que alertó a los guardias escoltas que lo acompañaban a distancia. El espíritu desapareció antes que los demás lo notaran mientras el príncipe continuaba observando su mano. Su escolta notó el cambio en el príncipe y emocionado por la posibilidad de romper la maldición partieron de vuelta al palacio.

Al llegar al castillo, el príncipe corrió hasta sus padres con su mano despejada en lo alto para mostrarla. Parte de él se sentía liviano, como si pudiese correr más rápido y saltar más alto, o como si tuviera un leve brillo en su alma. Cuando encontró a sus padres en la sala del trono, el príncipe contó su encuentro con ilusión, moviendo su mano frente a ellos con efusividad. Sin embargo, cuando terminó su historia, notó la reacción de sus padres. No estaban felices por él, como era de esperarse. Ambos estaban completamente horrorizados.

La reina fue la primera en levantarse de su trono, con el rostro serio mientras ordenaba la preparación de los caballeros a su alrededor para así cabalgar hasta el bosque. El príncipe intentó protestar, pero su padre lo detuvo.

—Mañana a primera hora partiremos al escondite de este espíritu y erradicaremos la amenaza hacia nuestro reino.

Con esas palabras, tanto el rey como la reina se alejaron de su hijo, ignorando completamente las plegarias de este. El joven intentó insistir en que tal vez este espíritu sería la cura a su maldición, pero la guardia real le impidió acercarse más a los reyes que ni se dignaron en voltear para mirarlo. «¿Por qué?» Se preguntó el joven. «Eran sus padres, ¿no deberían querer lo mejor para él? ¿Tanto odiaban a los espíritus como para poner de lado el bienestar de su propio hijo?».

Esa noche, uno de los escoltas que lo había acompañado se apareció en su puerta. No llevaba su armadura, sino una vestimenta simple. Parecía preocupado, nervioso incluso, pero aun así le tendió una mano mientras lo miraba, decidido.

—Te llevaré hasta él —fueron las únicas palabras que el príncipe necesitó oír para seguirlo hasta los establos, tomar sus caballos y cabalgar a toda prisa hacia el bosque.

Afortunadamente, las sombras que muchas veces atormentaban al joven le fueron de gran ayuda para mezclarse en la oscuridad nocturna y poder escapar del castillo. Las nubes se despejaron justo cuando se acercaban al bosque, como si la misma luna llena desease asistirles en su misión.  

Encontraron al espíritu en el mismo lago donde, hacía algunas, horas parte de la maldición del joven príncipe había sido eliminada. Se encontraba de rodillas frente al agua, de espalda a ellos con uno de sus brazos bajo la superficie, provocando pequeñas olas mientras se movía. Sus cuernos parecían moverse junto a la suave brisa nocturna y al príncipe le pareció escuchar una leve melodía proveniente de ellos. Sus movimientos se detuvieron cuando el joven se acercó.

—Vienen por ti —advirtió el príncipe—. No descansarán hasta eliminar a cada ser que los aterre en el reino.

El espíritu se volteó para mirarlo, sus ojos habían cambiado a un púrpura oscuro muy parecido a la infinita noche que los rodeaba. Se levantó lentamente y con su cabeza un poco inclinada se acercó con la misma lentitud que la vez anterior. El escolta se había quedado atrás y bajo órdenes de su superior, su amigo, se resistió a desenvainar su espada sirviendo solo de espectador. Al acercarse, el príncipe notó que en la mano donde había hecho contacto con el espíritu, este parecía haber sufrido un cambio similar. Al igual que en su primer encuentro, ambos levantaron sus manos lentamente sin decir palabras, ensimismados el uno con el otro y con la inexplicable conexión que parecían tener. Bajo la luz de la luna, el príncipe tomó la mano del espíritu sin la timidez que anteriormente lo había abordado.

Su tacto también había cambiado. Ya no era solamente una brisa cálida, sino un frío calmante. El príncipe entendió que el espíritu frente a él no era solo una conexión con los árboles, sino que era una representación del viento, la tierra y las estrellas. Era un mundo fuera de su conocimiento que nunca había podido explorar. El tiempo pareció detenerse salvo por el acto de la oscuridad que abandonaba su cuerpo, el color que volvía a sus mejillas y la transformación que el joven veía frente a él. Notó cómo el espíritu cambiaba junto a él. Sus orejas imposiblemente puntiagudas se encogían hasta tener forma humana, sus largos cuernos ondeaban con la brisa que brotaba de sus cuerpos y parecían esfumarse con el viento, sus ojos formaban pupilas oscuras que se concentraban fijamente en el joven.

Cuando la transformación terminó, ambos aún mantenían el contacto mediante las yemas de sus dedos. La oscuridad del joven se había disipado por completo y el espíritu parecía haber tomado forma humana. Con un suspiro de felicidad, el príncipe tomó su primer respiro completamente libre de la maldición.

—Debemos irnos —dijo el escolta rompiendo el silencio.

El príncipe salió de sus pensamientos para ver el sutil color azul que comenzaba a pintar el cielo. La mañana había llegado mucho más rápido de lo que esperaba. Miró con miedo al espíritu y a su escolta, sabiendo los peligros que enfrentarían muy pronto. Su corazón latía tan fuerte que sentía punzadas en su pecho. Solo la presión del espíritu en su mano logró calmarlo suficiente como para pensar con detenimiento en una solución. Huirían.

El espíritu, el príncipe y el escolta saldrían del bosque a toda prisa, para refugiarse en un lugar lejos del reino. Un lugar donde encontrarían personas en quienes confiar, personas que le ayudarían a explorar el mundo en lugar de retenerlo. El príncipe y sus compañeros crearían su propio mundo donde sea que fuese. Un mundo donde no existirían los mismos odios, maldiciones o temores que lo habían hecho miserable durante tantos años de su vida. Un mundo de solo verdades.

La verdad

Messier Zamir Torres Feliciano

(3er lugar)

 

 

—¿Cuándo cierras los ojos, dime qué ves, te ves a ti o ves un monstruo? —le preguntó él al rey.

—Veo a un monstruo —contestó el soberano .



Un gran golpe retumbó por todo el salón anunciando la llegada del nuevo profesor de historia, quien no se presentó, sino que solo comenzó a hablar:

—Dice la leyenda que hace mucho tiempo,  existió una ciudad llamada Irka. Era una tierra gobernada por excelentes reyes; un lugar próspero, con grandes campos y edificaciones. Sus terrenos eran los más extensos  y su arquitectura era envidiable. Los antiguos historiadores hablaban  sobre ella y constantemente la describían en sus diarios, o eso creí. El día de hoy, mis amados estudiantes, les cuento la verdad. Esa que no se encuentra en los libros de historia, pero que existió y tengo los datos para probarlo. No les vengo a hablar sobre arquitectura, ni de un lugar inexplorado, sino de la historia del Rey sin rostro.


Esta comienza cuando un niño es acorralado por sus compañeros frente a los árboles del bosque de Irka.  


—Todos me llamaran rey algún día —gritaba el pequeño niño lleno de valentía ante sus acosadores, sin saber el poder que tenían sus palabras.


Irka era un lugar seguro para todos o, por lo menos, eso era lo que se decía. El chico corrió lo más que pudo para alejarse de quienes lo perseguían lanzándole rocas. Sin embargo, el viento en su cara y su cabello negro lo hacían sentirse invencible. Mientras las rocas pasaban cercanas a su cabeza y su cuerpo, le surgía la necesidad ansiosa de seguir corriendo, ganas de correr y correr que no podía evitar. No obstante, el sentimiento de victoria y supervivencia se acabó cuando una roca interceptó su espalda, haciendo que sus pies se pusieran uno sobre el otro y tropezara, cayendo al suelo.

El joven Xavier se levantó del sueño que le recordaba el día en el que había sido golpeado por esos niños. Un sonido se escuchó a lo lejos, alguien gritaba en la pequeña cabaña, que él y su madre llamaban hogar.


—¿Qué sucede, mamá?


—No lo sé, pero quédate aquí, por favor.


Unos oficiales abrieron la puerta de madera, dejándola caer al suelo.


—Pelinegra, exactamente como la pidió el rey —demandó uno de ellos.


—Tráiganla y quemen la casa. Usted viene con nosotros —ordenó otro.


—Esperen, tengo un hijo y necesito cuidar de él, no puedo irme —argumentó la madre.


—Cabo, encárguese del joven.


—¡Xavier, corre!


Al escuchar a su madre, el joven salió por la puerta trasera y corrió de camino hacia el bosque. Solo pudo escuchar el sonido de perros que se acercaban mientras él adentraba aún más en la arboleda. Pudo ver árboles en la oscuridad. Posiblemente el ejército estaba utilizando hombres lobos para darle caza. Solían esclavizar a los jóvenes que habían nacido con la maldición del hombre lobo y convertirlos en máquinas de matar para el ejército. El chico intentó correr más rápido, sabía que al final del bosque encontraría un acantilado y por allí podría escapar. Pudo ver a lo lejos, cómo se estaban acercando a él, se sintió más cercano a los oficiales, hasta que, de momento...


—Fuego.


Una flecha atravesó su corazón obligando a perder el balance y su cuerpo descendió por el acantilado. La caída fue rápida, pero para Xavier la sintió lenta; lágrimas corrieron por sus ojos, era seguro que su madre sería usada por el rey y luego desechada, era demasiado tarde para detener todo. Sabía que ese sería su momento, la muerte lo llamaba. El joven cerró sus ojos y cayó sobre una roca, muriendo al instante.

—Profesor disculpe, ¿entonces el protagonista de su historia muere?


—Esto no es una historia, esto es la verdad —le responde el profesor al alumno.


—Como usted diga, profesor.


—Si me lo permiten, continuaré.

Mientras varias mujeres, incluso la madre del chico, eran degolladas en la parte de atrás del castillo para tapar las faltas del rey a sus ciudadanas. La luna aparecía sobre el cielo envuelta en sangre y el joven fallecido comenzaba a desvanecerse en una niebla de color negro, convirtiéndose en una especie de círculo deforme con un núcleo rojo. Un poder oscuro lo consumía y todos los magos de la ciudad podían sentirlo: las bestias sobrenaturales, las hadas, los faunos, los elfos; todos los que eran oprimidos por la humanidad podían sentir esa extraña sensación de miedo, ira y tristeza. La bola comenzó a tomar forma, transformando al joven, nuevamente, en un humano de carne y hueso, pero con la oscuridad todavía contenida en su pecho. Este quedó de pie en la roca, pero ahora sus ojos cafés eran del color de la sangre y su cuerpo estaba lleno de conocimientos que jamás había tenido. Conocimientos antiguos que debía descifrar. Solo sabía que había ciertas habilidades que ahora poseía, como volar, por lo que se convirtió nuevamente en una silueta deforme y salió volando hacia una cueva en la gran montaña, cuyo frente daba al pueblo.


Había muchas cosas en su mente que ahora debía entender. Eran como pasadizos con un poder inmensurable, pero con el pasar de los años, logró entenderlo. Había aprendido de sí mismo que su poder era caos, que tenía el potencial para destruir ciudades enteras, pero también crear vida, crear criaturas que podría controlar, que podía dar fuerza a otro con solo pedirlo y que podía volver loco a quién quisiera con solo respirar.


El joven ahora adulto , viajó hacia el pasado y pudo descubrir cómo sus antepasados utilizaron ese poder a su favor. Ahí también supo que era un legítimo rey, ya que su antepasado utilizó ese poder para acabar con ciudades enteras y crear Irka, pero circunstancias políticas hicieron que el nombre quedara enterrado en la historia. Con el tiempo, logró redefinir su poderío y entendió que no era caos, sino Verdad. Él era la verdad fuerte, dura y cruel. Solo alguien con tanto sufrimiento era capaz de conocer la verdad real. Las personas eran malas, esclavizaban a las criaturas, les daban trabajos precarios, los niños corrían a sus compañeros y pensaban que aventarles rocas era diversión, y el rey impostor pensaba que podía tomar lo que fuera a su antojo, aunque eso costase vidas humanas. Sin embargo, ante todo, el mundo era uno apacible. Irka era una buena ciudad donde todos eran bienvenidos, donde el progreso era lo importante, donde trabajar significaba una vida feliz. El mundo era una utopía y él era la realidad.


Con el pasar de los días algo extraño sucedió en Irka. Los cielos se oscurecieron, nadie podía ver el sol, un grito profundo se escuchó y los ciudadanos se atemorizaron. Un gran golpe retumbó en la gran puerta de la ciudad, extendiéndose por todas las otras puertas del pueblo, que se mantenían cerradas, y el silencio se hizo escuchar.


Los militares comenzaron a movilizarse dirigidos hacia la amenaza, pero poco después muchos de ellos fueron hallados en el suelo, rodeados de sombras oscuras, que rompían sus huesos y bañaban en sangre la ciudad, mientras voces trágicas se oían por todo el pueblo.


—Sean libres, oprimidos, sean libres —expresó Xavier a viva voz.


Dice la leyenda que cuando este estuvo con el rey, le hizo una pregunta antes de matarlo.


—¿Cuándo cierras los ojos, dime qué ves, te ves a ti o ves un monstruo?


—Veo a un monstruo —contestó el rey.


Hasta ahí llegó la historia del continente escondido, se dice que nadie volvió a ver el rostro de Xavier, pero que este prometió volver un día y liberar a todos los oprimidos que se esconden por el mundo.

—Ok, profesor. Supongamos que esta historia tiene razón. ¿Cómo esto nos ayuda para la carrera de periodismo?


—Muy sencillo —respondió el profesor, sonriente.


El sol comenzó a ocultarse. Ya no se podían ver sus rayos por el ventanal de la universidad. Un frío comenzó a colarse en el salón y una apariencia gris cubrió los espacios, mientras los ojos del profesor se tornaron rojos.


—Ustedes serán los escogidos para llevar mi mensaje por todo el mundo. Serán quienes viajarán, quienes informarán a las personas sobre mi poder y de lo que soy capaz. Hablen a sus líderes, lleven el mensaje y sean valientes. Mientras sean oprimidos, otros buscarán callarlos, buscarán que no narren mi historia, pero yo los protegeré.


Sin más palabras, el profesor se desvaneció y la luz volvió al salón.

CATEGORÍA DE ENSAYO

Desde el quinto piso

Sonia Franqui Flores

(1er lugar)

 

Escribo desde mi reconocimiento heterosexual cis, hija y ferviente opositora al patriarcado, quien ha coqueteado con el privilegio y reconocido su toxicidad y necesidad de erradicarlo. Escribo con la amargura, señores, que a veces me da, y el canto alegre del que espera un nuevo día. Escribo desde un sentir que puede ser general o muy particular. Escribo desde el quinto piso.

Cumplir 50 años invita a crear un sinnúmero de metáforas que van desde, “haber gastado medio peso”, “tienes dos pesetas”, “cruzar la quinta estación”, hasta el “llegaste al medio siglo”, entre muchas otras. Mi favorita es la llegada al quinto piso.

El quinto piso implica ascenso, para bien o para mal, pero se va subiendo. Se puede bajar al quinto piso del infierno de Dante, aunque no quisiera tener que bajar. En mi caso, prefiero pensar que voy subiendo, no bajando, yo vivo como yo vivo, yo vivo vacilando… bueno, eso me encantaría, aunque no pierdo las esperanzas. Llegar al quinto piso conlleva una extraña sorpresa que puede resultar en bajarse en un piso lleno de globos de diversos tamaños, la gran mayoría de estos con la misma forma: signos de interrogación, que representan las miles de preguntas que han surgido a lo largo del camino y cuyas respuestas generalmente han resultado en un sinnúmero de nuevas interrogantes; sin embargo, también hay algunos globos con signos de exclamación por las sorpresas que da la vida, con las comillas de la perenne duda y el sarcasmo que las acompaña; otros tienen forma de rayas marcando diálogos inconclusos, algunos guiones que dividen fechas que torcieron el rumbo de los eventos; están los paréntesis que retuvieron, aclararon, añadieron o distrajeron esa información que pudo ser determinante pero nunca se sabrá (como canta Elefante “Así es la vida jacarandosa, que te quita, te pone y a veces te lo da”); también, los hay con forma de comas que señalaron pausas necesarias, y puntos y comas por aquellas que se extendieron más de lo debido, metamorfoseándose en signos de interrogación, mientras los más pequeños flotan frente a puertas lejanas, puertas reflejadas porque pertenecen a pisos anteriores; están los globos que flotan bajito, pues les queda poco, porque ya pasó su momento y quedan esas preguntas sin respuestas, porque según se fue cambiando de piso, se postergaron, se olvidaron, se archivaron, se delegaron; y de pronto aparecen esas preguntas, ¿por qué no se hizo? ¿por qué se hizo? ¿qué pasó?

Entonces se recuerdan respuestas, algunas con nostalgia o indiferencia, tal vez con rabia o con una risa sorda; quizá con tristeza, o con esa pesadumbre que se pega al espíritu. Los globitos fungen como incómodos recordatorios de aquello que no conseguimos olvidar, pero con lo que aprendimos a vivir. Se reflexiona sobre lo que no se hizo y ya no se hará, porque pasó el momento, porque las circunstancias actuales no lo permiten o porque cambió el curso de la vida. La historia grande o la pequeña terció el camino y lo convirtió en imposible. Se presentan momentos livianos como: “¿por qué no lo besé en aquella fiesta?” Y de pronto, caes en cuenta que hace poco murió y que nunca lo podrás besar. ¿Por qué no insistí o por qué desistí?, ¿por qué acepté? ¿por qué me negué? Los porqués se multiplican como la imagen en los salones de espejos de las ferias, se vuelven grandes, pequeños, distorsionados, cómicos, horripilantes o inofensivos.

Esos globitos frente a las puertas distantes, generalmente, pertenecen al segundo piso. El piso de los sueños grandes, los primeros atrevimientos, las decisiones abruptas, la búsqueda, los encuentros, el comienzo de las definiciones, el tambaleo de algunas certezas que comienzan a resquebrajarse y tardan un mundo en romperse. En el segundo piso también están los amores: los amores de novela, los amores terroríficos, los amores ocultos, los gritones y los desamores. En el segundo piso todo va deprisa, todo parece liviano, diáfano y a la vez tan contundente, que cuando se entra al tercer piso se arrastra, como sonajero de boda detrás del bumper del carro, un laterío de conocimiento y experiencias que pueden ser de mucho ruido y pocas luces. Entonces se empieza a soltar, con miedo, porque todo se percibe tan importante y lo que se quedó por hacer se magnifica con un eco de fracaso, una tinnitus de frustración, una carrera contra un reloj de arena, que baja más rápido de lo que se alcanza a entender. Sin embargo, a su vez, surgen nuevos globos, más brillantes, más coloridos, más asibles, más sólidos, concretos y concretables. Globos que invitan a nuevas aventuras y, su inseparable contraparte, nuevos sinsabores; y el tercer piso se va volando.
 

Entonces, hace la entrada triunfal a la cuarta década. La dura, la caballota, la vira cuello, la de la pisada segura, la que no pide permiso, la que exige a boca de jarro con el consentimiento y la desfachatez que otorgan las líneas que comienzan a poblar el rostro, Esas líneas que borran la ingenuidad y la incertidumbre, dando paso a la frente alta, al permiso para equivocarse y al ¿y qué? El piso de ignorar los globos que se han quedado en el tintero de los sueños y agarrar el alfiler más grande y firme para explotar con gusto y ganas todos los que están al alcance.

El cuarto piso es el de las intentonas profundas y del desaprendizaje. Las grietas que se fueron fraguando en los pisos anteriores finalmente se derrumban y, con pena o con gracia, aparece otro mundo, otra realidad. El espejo devuelve la imagen de una señora que peina plata o las oculta con soberbia. Una frente por la que caminan recuerdos de grandes preocupaciones, noches en vela y goces. Unos acordeones, que achinan la visión, y suenan con la sonrisa honesta, la carcajada sonora que produce escapes. Una pelusa impropia camina por el bozo, un cuello gongolí con pliegues que rememoran días y noches de trabajo, sol a diestra y siniestra, inquietudes, temores y vida vivida; con tanto disfrute, con tanta certeza descubierta y derrotada, con tanta verdad reconocida y tanta mentira revelada, llega el más temido, el sigiloso y nunca bienvenido ácido viejúrico. Ese dolor sin nombre ni apellido, ese condenado, que no tiene rostro en ninguna prueba médica, ni en radiografías, ni en las visitas al Tarot. Esa molestia callada, indiscreta, incómoda que se cuela por las rodillas luego de unas cuantas bailás de salsa, agarra los nudillos en plena parranda, aprieta las sienes, anuda los intestinos y así se manifiesta, por donde le dé la real gana y empieza con su jodeína.

El ácido viejúrico, así bautizado por mi hermano, se manifiesta en todo su esplendor según avanzamos por el cuarto piso. Hay quien lo siente antes, hay quienes tienen suerte y les llega después, pero tarde o temprano aparece. Al principio, muy solapado, solo se muestra luego de mucha actividad particular. Luego, agarra confianza y se despierta con una en la cintura baja, mordiendo como perro, se acuesta como yunque amarrado a la frente, al cuello, a la espalda; o como fogata que incendia el esófago. Se presenta como un calambre en pleno polvo o con los dedos torcidos en medio de la faena culinaria, y mientras goza apoderándose del cuerpo le abre la puerta a su amiga inseparable: la menopausia. Nos gritan a coro y en estéreo que no todo es miel sobre hojuelas en la cuarta primavera; como si no lo supiéramos.

Así se avanza por el cuarto piso en goce y dolor, entre convicciones y dudas, derrumbes y descubrimientos, risas y lágrimas, entre jódete y me jodiste, entre que se joda y hay que bregar, entre la sabiduría y la ignorancia que lo distante representa, entre todavía me atrevo y lo que un día fue no será. Asimismo, con el recuerdo de José José cantado a karaoke una noche de palos y panas se dejan atrás penas y chistes, y se aterriza en la quinta estación escoltada por la menopausia, el ácido viejúrico, la conciencia de lo vivido, la seguridad del avance, la ineludible realidad de que ya no hay marcha atrás con o sin botox, cirugías o jevos jovencitos. Los cincuenta marcan un hito.

Más allá de los globos que invitan a la abstracción momentánea, subyace la convicción de que se ha aprendido a ignorarlos y a vivir con ellos. El cuerpo se torna en protagonista de esta segunda parte de la saga. Se es cincuentona y el cuerpo lo sabe.

Los músculos comienzan a relajarse y ya no se quedan en su lugar, y para que no se sientan solos en esa travesía decadente, los senos, las nalgas, los cachetes, la panza y los párpados, en un acto de solidaridad les acompañan, en su imparable descenso. El metabolismo no tiene prisa, el apetito sí. Las libras se acomodan y se apoderan del espacio. El estrógeno coge guille de Houdini y rapta la humedad con él. El desierto se apodera de la piel y sus intersticios dificultando algunos caminos antes transitados con facilidad y desenvoltura. La tiroide deja de ser puerto seguro y crujen sus maderas ante la fuerza de la tempestad que acarrea un medio siglo a cuestas. La tela de la memoria muestra desgaste. Se empiezan a borrar diseños, el arte de los recuerdos pierde algunos de sus contornos, según se estire o doble. Así se muestran momentos, situaciones, escenarios con una selectividad aleatoria y voluntariosa.

El sueño profundo se torna un visitante esporádico, abandona la convivencia y deja en su lugar a su gran amigo el insomnio, quien se vuelve asiduo visitante de las noches cortas, las preocupaciones inútiles, trayendo consigo los calores impropios y fallas más frecuentes en los tubos de escape. Paradójicamente, también llega un aire de seguridad en la calle. Se camina con la tranquilidad de la ausencia del piropo irrespetuoso y del acercamiento indeseado. La vulnerabilidad radica en cuán asaltable se es. Yo, caminante citadina por varias décadas, víctima del acoso callejero, llegada al quinto piso este cesó, así, de repente, como por arte de magia.

La señora del espejo, esa que no queremos ver, es la que se ve por ahí. La juventud que tenemos arraigada en nuestra siquis, a la que le sonreímos a diario, se torna invisible al ojo ajeno. La mirada de pena: “no creo que pueda” dicen ojos ciegos o distraídos entre canas y arrugas. El diálogo se simplifica y no se habla de Bruno, digo de sexo porque ya no lo practica, dicen sus silencios, sus miradas indirectas y esquinadas. Tus oídos cincuentones se han vuelto vírgenes a algunos temas íntimos, por temor a que hayas olvidado de qué se trata. No obstante, para otros eres fuente de saber, de consultar, de escuchar… otra paradoja.

Definitivamente, la señora lo copa todo y se vuelve un presente ineludible para el otro, para la otra, para quien mira, recordando aquel viejo refrán: “la belleza o fealdad está en el ojo de quien mira”. Así también la vejez, está en el ojo del que mira, que puede ser el de una, de vez en cuando. Todo adquiere la sensación de lo efímero, de lo perecedero. Ya no hay “para siempre”. “Hasta que la muerte nos separe” deja de ser una máxima del futuro, se presenta cotidianamente con la claridad del día. La falsa seguridad de la inmortalidad que la juventud ofrece desaparece y la parca se visibiliza en cada centímetro del cuerpo que nos deja de ser familiar por un momento. Se vive de sorpresa en certidumbre, de conocer y olvidar, de atender e ignorar, de susto en encanto, de apuesta a suerte y verdad, de disfrutar las flores de las trinitarias sabiendo que nos hincan sus espinas.

Mentis Salutem

Ana María Burgos

(2do lugar)

 

¿Acaso no todas las personas demostramos tener un determinado problema de salud mental en cierto momento de nuestras vidas? Es una situación alarmante en el país. A diario vemos casos en los medios noticiosos o en las redes sociales sobre muertes violentas causadas por personas con problemas de salud mental. ¿Sabes qué es la salud mental? Según la Organización Mundial de la Salud, es un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés en su vida. En cambio, la Ley de Salud Mental de Puerto Rico nos dice que es el estado de bienestar resultante de la interacción funcional entre la persona, su ambiente, y la integración armoniosa en su ser de un sinnúmero de factores, entre los que se encuentran; su percepción de la realidad y su interpretación de esta. A diferencia del portal de USAGOV, el cual indica que la Salud Mental incluye el bienestar emocional, psicológico y social de una persona. También determina cómo un ser humano maneja el estrés, se relaciona con otros y toma decisiones. Cuando una persona tiene problemas de Salud Mental muchas veces se siente aislada, frustrada y derrotada. Todas las áreas de su vida se ven afectadas, incluso su forma de pensar, sentir y actuar.

¿Alguna vez le ha ocurrido, como me ha sucedido en alguna ocasión, que siente deseos de quedarse en la cama y no levantarse? ¿Se siente apesadumbrado de lo que le espera en el día laboral o en su rutina diaria? Muchas personas, y me incluyo, sentimos que somos fuertes de carácter, que estamos preparados para todo lo que venga y que tenemos los mecanismos adecuados para salir de cualquier presión emocional, pero hasta el individuo más resistente emocionalmente puede un día sentirse completamente aturdido. Hablando solo verdades, déjeme decirle que es normal. Somos seres humanos emocionales. Tenemos el derecho a estar tristes, agobiados, cansados, hastiados, etcétera.

Charles Darwin y la teoría evolutiva de la emoción, afirmaba que: “Las emociones evolucionaron porque eran adaptativas y permitían a los seres humanos sobrevivir y reproducirse. Nuestras emociones existen porque nos sirven para sobrevivir. Las emociones motivan a las personas a responder de forma rápida ante un estímulo del ambiente, lo que aumenta las probabilidades de supervivencia”. Estoy de acuerdo con Darwin y su teoría ya que la pusimos en acción cuando comenzó la pandemia del Coronavirus. El mundo quedó paralizado y tuvimos que adaptarnos a los cambios. El encierro ocasionó crisis emocionales, depresiones, soledad, desconsuelo y angustia. Nuestros sentimientos fueron devastados. Al final, nuestras emociones evolucionaron y pudimos sobrevivir.

Por otra parte, en las últimas décadas se ha estado estudiando con mayor consistencia la teoría de la inteligencia emocional. El psicólogo estadounidense Daniel Goleman nos indica que es nuestra capacidad para dirigirnos con efectividad a los demás y a nosotros mismos; de conectar con nuestras emociones, de gestionarlas, de automotivarnos, etcétera. La inteligencia emocional, empieza con la consciencia de uno mismo y también con la conciencia social. Es decir, cuando somos capaces de reconocer las emociones (y su impacto) en todo lo que nos rodea. La importancia de la salud mental, según esta teoría, es que debemos conocernos internamente y reconocer cuando necesitamos ayuda. No muchas personas tienen la capacidad de dar ese primer paso.

Por otro lado, las estadísticas sobre la salud mental ofrecidas por Medicina de la Salud Pública, indicó que en Puerto Rico el informe de 2016, liderado por la doctora Glorisa Canino, detalla que en la isla el 18.7 % de la población entre 18 y 64 años presenta un trastorno psiquiátrico. Incluso, en el perfil sociodemográfico de los clientes del Hospital de Psiquiatría General y Forense San Juan (1 de julio 2020 al 30 de junio de 2021, AMSSCA), nos muestra sobre el género femenino un 67.5% en psiquiatría general (110) y en el género masculino un 32.5% (53). En los diagnósticos principales, esquizofrenia y otros desordenes psicóticos tienen un 73.0% (119), trastornos relacionados con trauma y estrés 0.6% (1), trastorno Depresivo 2.5% (4), trastorno Bipolar 13.5% (22) y otros 10.4% (17).

Me pregunto, ¿qué estamos haciendo los padres, tutores y encargados sobre la crianza y la educación de nuestros niños para enseñarles sobre la envergadura de la salud mental? El Departamento de Educación, cuenta con un Programa de Salud Escolar (Áreas Programáticas del Enfoque Integral de la Salud), el cual contempla la salud física, mental, emocional, cultural, espiritual y vocacional. ¿Se estará implementando de la manera correcta en las escuelas? De igual manera, los trabajadores sociales son el eslabón en las escuelas privadas para canalizar y prevenir los problemas de salud mental con la población estudiantil. Me cuestiono, ¿en qué estamos fallando como sociedad? Cuando leemos sobre el alza en los feminicidios en el país, cuidadores que asesinaron a su familiar, maltrato y negligencia institucional, ¿habrá falta de tratamientos adecuados, falta de seguimiento, problemas con los planes médicos, entre otros?

Por cierto, la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (ASSMCA) fue creada mediante la Ley Núm. 67 del 7 de agosto de 1993, según enmendada. “Esta Ley Orgánica deposita en la agencia, la responsabilidad primaria de llevar a cabo los programas de prevención, atención, mitigación y solución de los problemas de salud mental y adicción o dependencia a sustancias con el fin de promover y conservar la salud biopsicosocial del pueblo de Puerto Rico”. Tenemos los recursos disponibles. Entonces qué le sucede a nuestra comunidad. ¿Por qué no vemos una disminución en los casos de salud mental? Todo lo contrario. Continúan incrementando.

Para concluir, existe una responsabilidad social con la educación de nuestra familia. No podemos cambiar el mundo, pero sí podemos enfocarnos primero en nosotros como individuos. Somos seres únicos. Debemos concentrarnos en nuestro entorno. Hay que educarnos, obtener información sobre los profesionales de atención para la salud mental. Crear una rutina, así como llevamos a nuestros niños a sus citas médicas regulares, dentista, pediatra, ir en familia, de forma preventiva, a un psicólogo o trabajador social. Ellos nos brindarán las herramientas necesarias para una solución asertiva. Esto será parte indispensable en la vida. Comencemos con nuestros hijos, vamos a enseñarle los valores espirituales, morales y humanos. Busquemos el espacio adecuado. Pregúntele cómo se siente, si algo le preocupa, dialogue sobre situaciones que están sucediendo alrededor del mundo. Escuche con atención, demuéstreles interés y preocupación. Hágalo con sinceridad y honestidad. Nunca presuma que lo sabe todo.

Debemos mantener nuestra salud mental en óptimas condiciones. Darnos la oportunidad de estar conscientes de nuestro ‘Yo’ interior. Hacer una introspección para conocer nuestras necesidades. Tener nuevos hábitos de vida, cultivarnos emocionalmente y estabilizarnos para crear un balance en nuestras emociones y sentimientos. La felicidad del ser humano está en sentir que puede manejar su vida de manera independiente. Su mente y cuerpo funcionan de acuerdo con la buena salud mental que cultiva a diario.

Sol-o verdades: porque cuando las verdades se ocultan, también lo hace el sol

Michelle M. López de Jesús

(3er lugar)

 

Existen pocas y muchas. Algunos dudan de su existencia; otras personas asumen que solo existe una, o todas. Buenas, valientes, dignas y entrañables. Despiadadas, crueles y rudas. Oscuras y de mil colores. Algunas que destruyen, construyen, deconstruyen y consumen. De esas que todos exigen o persiguen, pero que cuando son pocas las salidas buscamos estrangularlas a fin de desaparecerlas, para que no dejen rastro alguno de necedad, egoísmo, orgullo y desesperación. Sin embargo, igual, todos las buscamos, las anhelamos. Aspiramos a toda costa vivir conforme a ellas, aunque sean a medias o vanas, porque las asumimos como sublimes, totales e incuestionables; porque las pensamos como amigas de la felicidad y fieles compañeras del buen vivir (o tal vez no). Entonces, ¿qué son?

 

Solo verdades. Eso es todo lo que queremos escuchar. Eso fue lo que siempre quise ser y tener. Muy en el fondo puede que hubiera indicadores gritando lo opuesto a verdad, pero yo nací, crecí y viví creyendo que, como soy amante de las verdades y las persigo como cazador a su presa, todos son iguales a mí; vaya expectativa engañosa la mía. Emprendí un largo viaje, de esos que son para toda la vida, en donde, sin saberlo aún, abundarían las más duras colinas y sombríos valles. Sin embargo, ahí estaba yo. Me conquistó, me enamoró, me anestesió, me enajenó, me envolvió y, como es el sol, me calentó y confortó de tal manera que no quise salir de allí y me quedé. Hasta que pasó que ese sol, en su punto más candente y con desbordante brillantez, me alumbró esplendorosamente y llegó el engaño manifestándose con todas sus otras verdades. Yo no debí quedarme. No debí. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué me quedé? ¿Por qué te oí, mas no te escuché? Me fallé por no fallar al otro, a los otros.

 

Toqué fondo, porque una vez estuve allí, él buscó nuevas verdades por las cuales apostar; esas que siempre fueron latentemente reales; las mismas que para mí sólo fueron un espejismo producto de constructos sin sustancia, cimientos vacíos, como pluma que el viento arrastra. Ya yo no cabía ahí. El sol que me alumbraba yacía en las verdades que quiso mostrarme y cuando éstas perdieron su lustre, se escondió cual astro lunar eclipsándolo, y mi brillo también desvaneció con él.

 

Luego de días sin esplendor, de noches en temible y despiadada oscuridad, semanas cubiertas de grisácea nubosidad que carcomían todos mis sentidos, luego de tanto y de tantas, reconocí un sinfín de perspectivas; la más importante de todas: me reconocí a mí. Descubrí que, aunque sus verdades habían cambiado (por un momento) las mías, yo seguía siendo yo, aunque golpeada, desgastada, desarmada y rota. Comprendí que existen tantas verdades como granos de arena en el mar y que cada una de ellas guarda una completa historia y vida propia. Que las verdades guardan secretamente la admirable capacidad de reformarse, transformarse y adaptarse a cualesquiera sean las circunstancias de su dueño.

 

Entendí que no existe cosa tal como el engaño, sino que en dicho fenómeno radica el surgimiento de nuevas verdades, todas y cada una de ellas más justificada que la anterior. Que las expectativas puestas en sujetos fuera de mí no son más que amenazas que corro en el corazón, como el salitre a la pared de concreto.

 

Acepté que este espacio en el que habito está abarrotado de solo verdades con diferentes formas, funciones, objetivos, colores y tamaños; y a mí, en ese pedazo de existencia que mis letras describieron, me tocó conocer verdades destructivas que muy al final adoptaron dotes de restauración. Aprendí que las verdades ajenas no pueden usurpar el lugar de las propias y a confiar en mis verdades, las muy mías, esas que germinan dentro de mí, esas que son parte de mi esencia, mente y corazón. Prometí que seré fiel a mis todas y solas verdades.

CATEGORÍA DE POESIA

Pertenezco a otro lugar

Myriam Parrilla

(1er lugar)

 

Hoy vengo clara y directa para conversar contigo

y es importante en la gesta aclarar bien los sentidos.

Te diré lo que pienso y lo que siento también;

tú me dirás lo que quieras, pienses o sientas, no sé.

Es hora de hablar de frente sin tapujos ni mentiras.

¡Solo verdades se aceptan, escúchame, buena amiga!

Te diré lo que acontece, en clara conversación.

 

No entiendo lo que me pasa, esto me mueve, me atrapa.

Me ocurre cuando duermo, en mis sueños me sucede.

Dejo mi cuerpo en la cama y me elevo brevemente,

volando sobre la tierra, los ríos o sobre el mar.

¡Solo verdades te digo, pertenezco a otro lugar!

 

Cuando regreso del viaje y despierta quedo yo.

Siempre en mis manos traigo un pedacito de sol.

De ese sol que me acaricia y que me hace crecer

cada día, un centímetro de mis manos y mis pies.

Por eso, aunque no lo veas, deseo mostrártelo.

¡Solo verdades te digo, pertenezco a otro lugar!

 

Otras veces me sucede cuando me voy a bañar

y siento sobre mí el agua bajándome por la espalda.

La ducha en donde me baño se convierte en un océano

y transmutada en sirena me sumerjo y buceo.

Entonando una canción, tras de mí, va Aquaman

¡Solo verdades te digo, pertenezco a otro lugar!

 

Al instante soy yo misma en la ducha, nuevamente,

tarareando esa canción que ni yo misma comprendo.

Se me agita el corazón cuando me miro y veo

una escama que cayó, escapando de mi cuerpo.

Por eso, aunque no la veas, te la muestro.

¡Solo verdades te digo, pertenezco a otro lugar!

 

Entiendo lo que sucede, comprendo a la perfección

a mí me pasa lo mismo, loca creía estar yo.

Mientras tú estás volando, sobre tus ríos y mares

yo me he quedado en la cama creyéndome ser quimera

y al despertar, a mi lado, yace dormido un minotauro

¡Solo verdades te digo, esto ya no es de humano!

 

Mientras tú eres sirena, volando me encuentro yo,

llegando así a la cima de algún poblado encantado

luchando con los dragones, con molinos que no son,

abrevando de las aguas con mis manos que son garras,

pero al reaccionar me he encontrado descansando en mi hamaca.

¡Solo verdades te digo, esto es una cosa ufana!

 

¡Ay, amiga! ¡Ay, que alivio!, siento al parlotear contigo

se me ha quitado un gran peso que llevaba en mi interior

ya sé que sola no estoy, que puedo contar contigo.

Que puedes contar conmigo cuando desees hablar

de todo lo que acontece, quien sabe en qué lugar.

¡Solo verdades contamos, para el que quiera escuchar!

Solo Verdades

Jonathan Meléndez Maldonado

(2do lugar)

 

Nos venden solo verdades,

verdades que son ilusiones

de un mundo que solo miente

mientras jura proteger la moral.

 

Solo verdades afirman aquellos que nos aman,

nos miran directamente a través de las ventanas del alma,

mientras la mentira disfrazada de verdad

nos consuela en una realidad ilusoria

de difíciles sentimientos.

 

¿Qué es la verdad al final del camino?

Si solo sirve para adornar una que otra

mentira callejera,

y nos reconforta ante la negación del destino

 

Vestimenta de la mentira,

es un simple constructo de la realidad

infiel a las emociones humanas

transeúntes de las noches estrelladas.

 

Verdad, no es verdad en sí,

Solo es una forma de abrazarnos

En el ego de nuestra propia percepción.

 

La verdad está sola,

Ya que todos creen que es una simple mentira....

Soy

Ana María Burgos

(3er lugar)

 

Fuimos

caminando por un sendero

de azaleas florecidas

donde yo era tu reina

y me protegías.

 

Fuiste

raíz en mi vida,

arcoíris de mi paisaje,

velero en mi desierto;

Pero de pronto,

te desdoblaste frente a mí

dejando que el odio

te cegara la razón.

Solo las verdades ocultas

rondaban en la oscuridad,

tras risas infinitas

que no eran tu realidad.

 

Intentaste

arrastrarme contigo al precipicio,

ojos de fuego

y cruces encendidas,

llenos de inhumanidad.

 

Te transformaste

en bosque seco de sombras,

en polvo insidioso de un desierto.

 

Soy

Luz de luciérnaga

Lavanda, Begonia,

Alhelí de mi propio jardín.

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